Eco fue una ninfa, bella y joven. De su boca emergían las palabras más hermosas. Cualquier palabra, por más ordinaria que fuese, se tornaba perfecta articulada por sus labios. Eco amaba su voz, Eco era feliz pudiendo expresarse.
Zeus la usó para distraer a su esposa Hera: de esta manera no lo descubriría cometiendo adulterio. Sin embargo Hera no tardó en descubrir el engaño, y, obnubilada, castigó a Eco quitándole su voz propia, obligándola a repetir la última palabra que profería la persona con quien mantuviera una conversación.
Limitada a repetir sólo las palabras ajenas, Eco se apartó del trato humano...
Dicen también que retirada en el campo, lejos de los seres humanos, conoció a un pastor muy hermoso llamado Narciso. Eco se enamoró profundamente, pero éste al escucharla repetir sólo lo que él decía, la consideró loca y la ignoró… Eco lo persiguió incesantemente, no descansaba ni se alimentaba, sólo repetía sus palabras sin cesar. Así, fue debilitándose poquito a poco, hasta que de ella sólo quedó su voz, repitiéndose eternamente…
Eco me recuerda a todos aquellos que quisieron hablar pero no pudieron; aquellos que se atrevieron a pensar por sí mismos y a contradecir los modelos arraigados, y fueron acusados y torturados por ello; aquellos que intentaron mostrar que existe más de una forma de ver las cosas, que no todo es tan axiomático como parece, y perecieron en el intento; aquellos que lucharon con la palabra, y murieron acribillados; aquellos que se atrevieron a insinuar que se puede “ser”, y no fueron escuchados… y esto no es sólo parte del pasado…
Vale la pena escuchar el Eco de estas personas, que aun resuena en la memoria de algunos pocos…